viernes, 4 de febrero de 2011

La Casa Maldita

Quedo con mi amigo Jose Luis a eso de las nueve de la mañana. Nos tomamos un café rápido en la Calle Larios. Me pone un poco al día sobre el asunto que tenemos entre manos y a las nueve y media estamos en la parada de taxis de la Alameda. Allí nos espera el Sr. Molina a la puerta de su flamante Mercedes blanco con el escudo de la ciudad y su número de licencia, el segundo por la cola. Se nos acerca y nos saluda con efusión, sobre todo a Jose Luis, al que le endiña un abrazo y dos sonoros besos:

- Me cago en la mar jodida. Como has crecido Luisillo. ¿Te acuerdas de cuando te llevaba a la feria sobre mis hombros?

Jose Luis, un poco aturdido sonríe.

Andará este buen hombre entorno a los cincuentitantos años, con el pelo blanco y bastante escaso de estatura aunque proporcionado y atlético. Simpático, nervioso y dicharachero. No creo que tengamos que sacarle las palabras a cuentagotas. Con su cigarro en la boca, no para de manotear mientras nos habla.

- Bueno muchachos, ustedes dirán. Luisillo me ha dicho que quieren conocer algunas anécdotas sobre el Taxi y cosas que pasan en Málaga. Entonces han buscado a la persona ideal. Yo aquí soy dios. Lo sé todo. Si les parece me salgo de la fila y nos damos una vuelta y les voy contando. ¿ok?

Jose Luis y yo asentimos y nos vamos con el bueno de Molina en su Mercedes blanco. Enciendo la grabadora y saco mi libreta.

- Entonces Molina, se ve que en el mundo del Taxi es usted todo un personaje.

- ¡Un personaje! Dice el tío. Te he dicho que soy dios. Aquí no se hace nada sin que yo lo diga y cuando alguien se tiene que llegar al Ayuntamiento a leerle la cartilla al Alcalde, allí esta el Sr. Molina, como me llaman. ¡Eh!, Que te crees. Yo cuando tenía tu edad ya andaba pegando carteles por las calles y los grises detrás de nosotros, y me llevaban a las fábricas, porque entonces en Málaga había fábricas, y me subían en un montón de palés y yo me ponía a hablar que daba gusto oírme. No era yo nadie. ¿Tu ves to lo chiquitito que soy? Pues hasta los viejos me llamaban de Don: en el partido comunista, en el barrio, en el equipo de fútbol, en el trabajo, porque entonces yo no trabajaba en el Taxi. Estaba yo en la Textil y fijo que era que me enchufó mi cuñado, pero eso no tenía futuro. Se ganaban entonces dos mil pesetas, y yo quería casarme, y ¿Dónde va uno con dos mil pesetas? Así que lo dejé y…

- Y se vino usted al Taxi. Interrumpí yo

- Que va hombre. Luego me metí en una empresa de transporte, con un camión, ¿sabe usted? Pues anda que no he pasado yo ná. Ya ves. La crisis de los setenta. Fueron años duros, pero para el que tenía recursos y ganas de trabajar no había problema. Ahora, el que fuera un flojo a ese se lo comían las pulgas.

- Y después del camión se compró usted el Taxi

- Y dale con el Taxi. El emperramiento que ha cogido tu amigo con el Taxi, ¡eh! Luisillo. Este se cree que yo he echado los dientes aquí. Pero bueno, estuve como unos cuatro años en los camiones, años duros sabe usted; salía el domingo por la noche de mi casa y tirando millas para Zaragoza, Las Vascongadas, Francia, con lluvia, con nieve. Bueno, si yo le contara. Se ganaba dinero pero había que currárselo, que me pegaba yo los días y las noches sin dormir. Me metí un día por una carretera de esas de montaña, no recuerdo bien donde era pero si que estaba cerca de la frontera, y con la lluvia me tuve que perder, y me metí en un camino de curvas con el trailer que daba pánico mirar para abajo, y yo pa lante, sin miedo. Además, no podía dar la vuelta en ningún sitio, y yo creía que en la siguiente curva se me quedaba el remolque atrancado y encima cayendo el agua a haces sin ver ni torta, y después de un rato que no sabía yo a donde iba, llego a un pueblo de esos del norte, todo negro y las casas de piedra, y recuerdo que me planto en la puerta de una ventilla a preguntar y la gente que sale para afuera y se me ponen a aplaudir, oye, como al Bahamontes. Como os lo estoy contando.

Y el Sr. Molina se ríe el mismo y nos contagia a todos, mientras se enciende otro pitillo. Entonces aprovecho ese intervalo de silencio e intervengo.

- Entonces Sr. Molina, su vida laboral ha girado siempre entorno al mundo del transporte; antes con el camión ahora con el taxi…

- Bueno, también he trabajado en una pastelería, he tenido una zapatería, incluso en una oficina, pero yo me aburría. A mí lo que me gusta es el movimiento, ver el percal y muy currante que he sido siempre. Yo nunca en mi vida he estado parado, y he ganado mucho dinero cuando otros se conformaban con un sueldecillo. ¡Je!, Para que vieras la casa que tengo. Luisillo lo sabe que ha estado mucho. pero bueno ahora no la conocerías, le he hecho obras y está como nueva… si usted viera mi casa…

Cuando ya estaba a punto de parar la grabadora y esperar a que este hombre dejara de hablar de sus cosas, cambió de repente el rumbo del monólogo:

- Mi casa es una señora casa, en la Trinidad, que ya no es lo que era, pero que es el mejor barrio de Málaga. Y una señora casa que ya la querrían otros con sus tres plantas y su chimenea. Ya ven, ahora las casas que hacen que da asco de verlas, y todo guarreao y mal hecho. Ahora cualquiera es albañil. Es que no hay seriedad.

- Y lo de la casa Casa Maldita, Molina, que fue de esa casa. Interviene al quite Jose Luis.

- Bueno la Casa Maldita. Ese nombre se lo puse yo, allá por el año ochentaidós, cuando el mundial y todo eso, ¿se acordarán ustedes, no? El naranjito. Jeje. Que buenos años. Pues ese nombre se lo puse yo, que si donde la Casa Maldita hay dos clientes, que si estoy por la Casa Maldita, bueno con el Radio taxi se extendió entre los compañeros y los clientes y ahora todo el mundo en Málaga la conoce. ¿Les apetece que nos lleguemos? Queda por aquí cerca.

Entonces el taxista pega un volantazo violento y cambia de dirección. Mientras tanto se enciende otro cigarro y sigue hablando:

La Casa Maldita…si joder. Le da una calada al pitillo y se toma su tiempo. En realidad no es una casa, es un piso, bueno mejor dicho; un ático, dos para ser más concretos ¿sabéis quién es el dueño ahora de La Casa? No lo sabéis ¡eh! Pues el mismísimo Pepe Macías. El Señor Don José como le dicen ahora. Antes era un granuja y ahora lo es más aún. A ese lo conozco yo de chiquitito y a su familia también, a su padre y a su madre los tenía muy tratados, unos currantes como todos los del barrio, pero el hijo les salió más espabilado de la cuenta. Ese no ha pegado un palo al agua en su vida. Siempre engañando a los pobres y robando que es lo único que sabe hacer, ¿sabes? Primero puso un bar, luego un puticlub, un bingo hasta que empezó a hacer casas, y como tiene amigos en todos sitios ahí está el tío; forrao hasta las trancas, en un cochazo con chofer y todo. Pero bueno ahora parece ser que la ha cagado, que de esta no sale vivo.

¿Lo conocéis no? José Macías, el constructor, el de la Operación Oropéndola. Vaya con el nombrecito de la operación ¡eh! Será por la de pájaros que han pillado. Pues bueno esa casa; esa casa está maldita y yo lo sé desde hace más de 30 años. Ya estaba yo en el Taxi (por fin), tenía yo un cuñado que era portero del edificio; en todo el centro, al lado de la Plaza de Toros. Una casa señorial, médicos, notarios, abogados. Bueno, pues estaba allí mi cuñado ganado un pastón en aquellos entonces, con su uniforme y todo y me contó lo que pasó en el ático; primero se ahorco un muchachillo y luego se tiró la madre por la terraza. Vamos, una auténtica desgracia. La casa se quedó vacía por un tiempo y entonces fue cuando empezaron a escucharse los ruidos y las voces. Él me decía que nunca subía sólo a la última planta porque había visto sombras, como si aún viviera allí gente. La casa se puso en venta y se vendió rápido. El que la compró era el torero ese que se mató en accidente de tráfico…como se llamaba hombre que no me acuerdo. ¿No saben ustedes? Bueno que más da. Mirad esa es la casa, el ático, ¿ven ustedes? Dos pisos juntos. Eso cuesta una fortuna, pues bueno, está maldita y trae la desgracia a quién vive en ella. Pues fue por entonces, cuando se mató el torero, que empecé yo a llamarle La Casa Maldita. Ya por aquellos días mi cuñado entró en Correos y dejó la Portería. No gastaba miedo el gachó. Aún hoy se le ponen los pelos de punta cuando se lo menciono, ¡vamos! Y a mí también. Mirad, mirad. Y nos señala Molina el brazo arremangado.

Me contaba que se oían gritos, risas, pisadas, movimiento como de mover muebles. Los vecinos del quinto se quejaban. Mi cuñado tenía la lleve subían y allí estaba todo tranquilo. Una vez subió sólo y contó que notó como le seguían por la casa, luego una risa de niño y como si corrieran. El que corrió fue mi cuñado que bajó las escaleras sin pisar el suelo, a saltos que se las pelaba. Los vecinos del quinto vendieron sus pisos y las dos últimas plantas se quedaron vacías hasta que el Señor Don José los compró todos. Ahí había billetes, saben ustedes, pero billetes a mansalva. Fue cuando aún estaban las pesetas y el tío este vendía los pisos como churros. Primero, antes de venirse usaron la casa de picadero; ya me entienden ustedes ¿no? Pues anda que no he hecho yo servicios, tanto por el día como por la noche. Que puterío. Que si políticos, empresarios, artistas. Que asco de dinero. Yo creo que la mayor parte de las fechorías del Pepe este de los cojones las ha hecho en ese ático, a las gordas me refiero. Allí se traía al personal y los agasajaba, que menudas fiestas se montaban, con putas, coca, hasta niños he visto yo que metían una noche. Que asco. Así hiciera lo que hiciera nunca le pasaba nada, porque mira que ha hecho este tío barbaridades, que tiene estafada a media España y parte del extranjero. Dicen que ha vendido un mismo piso hasta a tres personas diferentes. ¿Cómo puede ser eso hombre? ¿Es que no hay un control? Claro, el que tiene que controlar está implicado hasta el corvejón, que no veas como rulaban los maletines en el ático. Allí hasta los fantasmas saldrían huyendo del tejemaneje de estos personajes. Y luego hablamos de Franco. Miren ustedes; yo he sido comunista. Pero comunista, comunista, de los de Rusia no del Carillo. A mi padre se lo cargaron en la guerra y yo crecí con ese resabio en el cuerpo. Luego ya os conté las movidas en las que me metía, que tenía a los grises siempre detrás de mí, y esos eran policías ¡eh! No los de ahora que sólo están para ponerle multas a los trabajadores honrados. Pues bueno, llegaron los abogaduchos estos y a chupar del bote, y los que llevábamos luchando desde hacía años a tomar por saco. Estos son los que han hecho bueno a Franco. Cuando oigo a uno hablarme de política es que me entran ganas de majarlo a palos.

Bueno, pues este hombre puso las oficinas abajo, en el quinto, ¿Cómo se llamaba la empresa?

- Concursan, interpela Jose Luis.

-No hombre, esa es la de ahora. Primero se llamaba SAICAM, tiene cojones el tío, Le puso su nombre al revés, y que no había gente trabajando allí. Luego mandó la oficina a un polígono y montó su casa en el ático, y vaya casa.

Ya antes de que pasara lo de la Operación esta, ya decía yo que nada bueno le podía pasar al dueño de la casa, y no me equivoqué. Mira que este hombre ha ganado dinero, primero decían que cuando llegara el euro y todo el mundo gastara las pesetas que tenía en el calcetín se acabaría lo de la venta de pisos. Sí hombre. Con el euro es cuando más pasta ha ganado este tío, y en revistas y premios y como si fuera un hombre ejemplar…¡je! Si lo hubieran visto como yo, con los trapicheos, el puterío, bueno, que sabrán ustedes los periodistas.

Primero llegó lo del secuestro del niño, que todo salió bien porque pagaron el rescate que si no se lo devuelven en una bolsita de plástico, y luego todo lo de la operación. Del niño dicen que no está bueno, que le hicieron perrerías y que le han quedado secuelas psicológicas. El padre habrá sido muy malo, pero nadie tiene derecho hacerle daño a una criaturita. Dicen que lo tuvieron un mes metido en un armario sin luz ni nada. Para volverse loco desde luego. Dijeron que fue la Mafia, pero al final no hubo detenciones ni nada.

Ya en ese momento estaba tocado el hombre y entonces llegó lo de la Operación Oropéndola, ¿se acuerdan ustedes?...

Molina hace una nueva pausa para encenderse otro pitillo, nos bajamos del taxi, frente al Puerto, le da una vuelta al coche y se dirige hacia nosotros;

¡Castro!, Castro se llamaba el torero que se mató en un accidente de tráfico, por Mérida o Badajoz, no recuerdo. Yo es que de toros no entiendo mucho. Lo mío es el fútbol, pero el fútbol de antes, con peloteros de verdad no con los pamplinas que hay ahora. ¡Bah! Y ustedes que saben.

Bueno ¿de qué estábamos hablando?, ¡Ah! Sí de la Operación Colibrí.

- no de la Operación Oropéndola.

- eso, de la Operación Oropéndola, ya sabía yo que algo de pájaros era. Bueno pues como ustedes sabrán mejor que yo, lo metieron en la cárcel y a su mujer también, y no habían hecho más que salir de lo del secuestro del niño y se metieron en esta. Que si soborno, que si estafa, bueno, bueno. Una detrás de otra. Ya nada le salía bien al hombre. Le han embargado lo que no está en los escritos: dos casas en la Calle Larios, las oficinas del polígono, un montón de pisos y locales, pero el que le tienen que quitar no se lo quitan, porque el que lo tiene todo liado es el ático; La Casa Maldita que se lo digo yo. Allí hay algo maligno, algo que trae la desgracia a quien la posee. Yo le digo que como se la quite y pongan allí una oficina de Hacienda se viene la economía del país abajo. Y es que por lo visto no le sale nada bien al hombre, y mira que ha ganado dinero, pues más está pagando, que yo no me alegro de la desgracia de nadie, pero es que este tío ha sido muy granuja, pero digo yo; ¿Dónde están los politiquillos esos de los saraos? ¿A esos no les pasa nada?, Porque el Pepe Macías no podía haber hecho nada sin esta gente, porque los permisos se los daban en los Ayuntamientos y en la Junta, ¿Dónde se los van a dar si no? Anda que no he dado yo servicios a La Casa Maldita a tíos con maletines, incluso bolsas de basura. Y luego el puterío y la droga. Que asco. Mucho jarilleo y luego hay está el tío sólo, que dice a hacerse una foto con alguien y salen todos corriendo.

Eso es por La Casa que lo digo yo, y la cosa no queda ahí, que este hombre acaba en la cárcel y además lo del hijo, que no ha quedado bien, y me parece a mí que la mujer cualquier día lo deja y se quita de en medio que también se cuentan cosas por ahí.

Buenos señores. Yo tengo la boca seca. ¿Qué les parece, ya que he echado la mañana con ustedes, si me invitan a unos Pajaretes en la Casa del Guardia?, y luego les llevo yo al Espartero, ¿te acuerdas Luisillo? Allí estuvimos cuando tú eras pequeñito, y nos tomamos una sopita viñave que resucita a los muertos, y allí seguimos hablando si os parece.

Y el Señor Molina que tira la colilla al suelo y nos metemos los tres en el Taxi en busca de esos Pajaretes que a esta hora es lo que pega, y no puedo yo más que estremecerme al pasar por debajo de La Casa Maldita. Tan alta, tan grande, tan céntrica, tan tétrica.

[Esta historia es inventada, pero el personaje del Sr. Molina está inspirado en mi amigo Don Antonio Padilla, un malagueño de Comares. Así habla, así fuma y muchas de las cosas que le han pasado están reflejadas en este relato)

(La Casa Maldita. Rafael Vargas Villalón. Málaga miércoles 1 de octubre de 2008)

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