jueves, 20 de enero de 2011

Hércules en La Caleta

Cádiz, Tacita de Plata. Cádiz, ciudad trimilenaria.
Barca de roca ostionera, azotada por los vientos, que se adentra en la Mar Océana, entrada o salida del mundo conocido más allá de las columnas de Hércules. Cádiz clásica y antigua, griega y fenicia, paso obligado de la antigüedad, altar de atávicos dioses, espuma del mar. Ciudad venerada y altiva, siempre entre el mito y la realidad.
Cádiz mes de mayo. Cuatro de la tarde y todos los comercios cerrados. El verano aún no ha llegado pero el calor se hace insoportable. Busco la playa y como siempre todas las calles me parecen iguales:
-camarero buenas tardes; ¿sería tan amable de indicarme el camino más rápido para llegar a la playa?
- claro hombre. Coja usted recto, y a la que hacen seis calles te metes a la derecha, luego sales a la avenida y llegas a una playa muy chiquita pero muy bonita; ¡La Caleta!
Sentencia satisfecho el buen hombre.
Castillo de San Sebastián, Castillo de Santa Catalina, Balneario de la Palma. El cielo está claro en el horizonte y una suave brisa mece las barquitas amarradas a la orilla. El barrio de la Viña en pleno ha salido a mitigar las primeras calores del cercano estío. Desde el agua, donde refresco mi acalorado cuerpo, me sorprendo de la gran variedad humana que contemplo y me doy cuenta de que esta playa no tiene nada que ver con los masificados tostaderos de turistas de la Costa del Sol, homogéneos, independientes e inconexos entre sí. Esta gente con la que comparto aguas y arenas forman un auténtico entramado social, un hábitat ecológico donde cada especie ocupa su lugar; las madres y abuelas con sus niños y nietos, que son legión, jubilados con el diario en la mano, viejos lobos de mar con camisa y gorra de capitán, estudiantes, pandillas de adolescentes, macarrillas, pasotas, parados, algún turista despistado, un africano, camareros, funcionarios recién salidos de sus oficinas. Un auténtico muestreo social vivo y verdadero.
De repente, en la orilla, aparece una figura que llama mi atención; ha dejado sus cosas muy cerca de las mías. Es un tío alto y delgado aunque con una prominente barriga cervecera, el pelo rubio y ralo, una nariz importante. Las manos en cuadril observando su playa, su mar, su Caleta. Sonríe satisfecho y al hacerlo saca a relucir un único diente. Allí en la playa parece el mismísimo Hércules, que después de matar a Gerión se dispusiera a nadar hasta su templo. ¡Que estampa!, entre los santuarios de Kronos y la Venus Marítima el gran héroe griego, seguro y confiado de su poder, contempla sus dominios; Melqart, Baal, Astarté, que más da, el viento lo reconoce y zarandea sus cabellos, en el momento en el que se lanza al mar nadando con muy buen estilo hasta donde yo me encuentro. Luego como si recordase que se dejó algo atrás, vuelve la vista hacia la orilla, donde con el agua hasta las rodillas y encogida de frío le espera la Charo, eterna deidad marina, muy canija eso si, y con tantos dientes como su héroe, al que he creído oír que llamaba Fali. Entonces una ola le moja el biquini negro y sus pezoncillos se erizan hacia el horizonte, allá por donde una vez al año aparece la majestuosa figura del Juan Sebastián El Cano.
- ¡Fali! que está muy fría.
- venga niña, que sólo es la primera impresión
- que no me baño
- ¿Y tu dices que tas bañao en La Concha? ¡Un mojón!
Le grita el Fali desde mi altura
Un jubilado inflado y coloradote que flota cerca de nosotros interviene en la conversación:
- niña metete en el agua que este hombre va a despertar hasta a los pescados con sus voces.
Y la Charo, viendo la expectación que está levantando en la playa, se coge la nariz, se da un chapuzón y con los ojos cerrados se da la vuelta y corre hacia la orilla. Fali se ríe y nada detrás de ella.
- ¡ole mi niña! que valiente que es
Todo el gentío de la playa, que en el tedio de la tarde contemplaba indiferente la escena, vuelve a sus quehaceres, salvo un joven, que desde lo alto de un poyete de piedra, con pantalones largos, sin camisa y en cuclillas los sigue con la mirada. Parece una gaviota oteando el horizonte en busca de cualquier desecho o signo de debilidad.
La Charo y el Fali se tienden en sus toallas, y ella saca de su desastrado bolso una botella de plástico con tinto de verano, suave y fresco ungüento mágico para su héroe mitológico.
- toma el bibi cariño mío
-¡ay mi niña! que apañá que es
La presa parece demasiado apetecible y la gaviota se lanza al ataque.
- hola Fali, ¿te acuerdas de mi?
- hombre Julio, ¿Qué pasa? cuanto tiempo. Un año por lo menos llevo sin verte. ¿cómo andas?
- bién tío, por aquí en la playita viendo a las gachis
- ¿estás haciendo algo Julio?
- ahora mismo no
- pues bájate que te voy a dar trabajo. Toma papel, tabaco y chocolate y te haces un porro, que no quiero manos quietas.
Julio pega un salto desde el murete de piedra, para caer en la misma posición en la que estaba y ponerse manos a la obra. El Fali le pega un trago al tinto y se la ofrece al coleguilla. La Charo, ajena a la conversación, calienta su cuerpo al sol, allá hacia donde sus diminutos pezones apuntan erguidos como solemnes y ancestrales altares.
El Barrio de la Viña disfruta de su playa, Las nubes pasan perezosas y un suave viento sigue meciendo al unísono las barcas, como acunándolas. Castillo de San Sebastián, Castillo de Santa Catalina, templos de Kronos y Venus Marítima, el de Hércules al occidente, Melqart, Baal, Astarté, que más da. Un azul radiante, casi doloroso, invade todo el encuadre y un intenso olor a mar inunda mis pulmones. Playa de La Caleta, Cádiz, Tacita de Plata. Cádiz, ciudad trimilenaria. Barca de roca ostionera azotada por los vientos que se adentra en La Mar Océana, entrada o salida del mundo conocido más allá de las columnas de Hércules. Cádiz clásica y antigua, griega y fenicia, paso obligado de la antigüedad, altar de atávicos dioses, espuma del mar, claridad sonora. Ciudad venerada y altiva donde el mito y la realidad se confunden.
(Hércules en la Caleta, de Rafael Vargas Villalón. Chiclana de Frontera. Cádiz. Mayo 2007)

(Hércules en la Caleta. Rafael Vargas Villalón. Chiclana. Mayo 2007)

Foto realizada por Lina Marín Villalón en la Playa de Sancti Petri (Verano 2010)